El sueño de un mundo en donde la plétora de Estados pudiese superar sus diferencias y, de manera civilizada, mediante diálogos y la construcción de consensos, encontrar caminos para la convivencia pacífica para alcanzar un desarrollo global se ve cada vez más lejano. El multilateralismo, en toda la multiplicidad de sus facetas, está fraccionado por la lucha de intereses divergentes que pone en riesgo lo que hemos alcanzado y perjudicará a los miembros más vulnerables.
Hoy, el mundo vive un momento de inflexión, pues el camino trazado para la resolución de conflictos con mecanismos de solución pacífica de controversias se altera con cada vez más frecuencia. La consecuencia es que la gobernanza global no puede ser eficiente por la incidencia de actos, producto de divergencias ideológicas y de cálculos geoestratégicos. Asistimos al predominio de las agendas nacionales, no a la generación de una agenda global incluyente.
La desintegración del incipiente orden económico global, en lo que se ha llamado la “gran regresión”, afectará el crecimiento en todas las regiones del mundo y puede comprometer los avances alcanzados en el desarrollo del sur global y en la lucha contra la pobreza y el hambre.
El camino a la integración de las economías está seriamente afectado por la imposición de medidas y sanciones, lo que sugiere que se está atomizando la economía global y volviendo a un sistema de núcleos separados y contestatarios.
El acceso a mercados es fundamental para lograr el crecimiento que necesitamos. Si nuestros productos se encuentran con barreras selectivas, no pueden competir con los mismos productos provenientes de otras latitudes. Los países en desarrollo tienen un número muy reducido de productos que venden en el mercado internacional y que son sus principales fuentes de trabajo. ¿Qué harían países como Ecuador sin la exportación de productos como camarón, banano, café, cacao, flores, que representan cientos de miles de empleos y la supervivencia de cientos de miles de familias?
La manera de sacar de la pobreza al casi 30 % de los ecuatorianos que luchan por el sustento diario es mediante la ampliación del mercado externo y la posibilidad de vender esos y otros productos sin las trabas de un comercio mundial fraccionado.
La incertidumbre nacional, inmersa en la confrontación global, está causando un serio problema para lograr esos objetivos. Es verdad que estamos en un momento de definiciones nacionales y globales.
El Ecuador, por sus particulares características, sociopolíticas y económicas, siempre se resiste a la internacionalización. No acepta que vive en un mundo altamente integrado e interdependiente. Siendo país petrolero y minero, toma medidas que limitan la generación de recursos, cuando otros países ya quisieran tener las riquezas que contiene nuestra nación.
Es hora de cambiar la forma de pensar. Debemos buscar soluciones pragmáticas y no emocionales a nuestros problemas. Todos conocemos el problema interno en el que nos hallamos y la absoluta carencia de una agenda nacional que pone en riesgo la supervivencia misma del Estado. (O)
Fuente: El Universo