Las rivalidades geopolíticas, ideológicas y de intereses seculares, que predominan en las relaciones internacionales, auguran un escenario global aun más complejo para el corto plazo.
Es indudable que para países como Ecuador navegar en estas aguas turbulentas de corrientes encontradas puede causar daños imprevisibles y muchas veces irreparables.
Según las Naciones Unidas, actualmente hay más de sesenta conflictos armados en el planeta. Es deprimente ver que los mecanismos actuales de la diplomacia no logran detener estos terribles actos de violencia. Causa un sentimiento de impotencia e indignación que mueran familias enteras, especialmente mujeres y niños, cuando podría haber caminos de diálogo y entendimiento; basta ver la guerra en la República Popular del Congo, que ha causado cientos de miles de muertos y que sigue su camino de limpieza étnica debido a la ambición por los minerales.
Lo peor es que este conflicto, de cuarenta años, no merece ni una línea en muchos medios de la prensa internacional. El mundo no conoce esas “otras realidades” y, al parecer, no le importa. Únicamente vemos, día a día, los conflictos que enfrentan a las potencias en su irreconciliable rivalidad.
Uno de los objetivos centrales de la diplomacia es evitar que las disputas geopolíticas afecten al Ecuador, inmerso en su propia “guerra interna”, declarada por el Gobierno del presidente Daniel Noboa contra grupos poderosísimos del narcotráfico internacional, cuyo origen se asienta en el consumo de droga de decenas de millones de ciudadanos de los países del norte y la imparable producción de cocaína en los países vecinos.
El Ecuador necesita recursos para equipamiento militar y policial, pero también necesita trabajo digno, salud y educación, para así reducir la pobreza y la desesperanza, lo que se logrará por la propia capacidad del país de crecer económicamente, mediante el incremento exponencial de su producción y exportaciones.
La crisis nacional es una bomba de tiempo, ya que la mitad del sector rural ecuatoriano vive en pobreza, lo que resulta ser el caldo de cultivo ideal para la delincuencia, el narcotráfico y la violencia.
Hay que ser sumamente pragmáticos y aprender a decir “no”, inclusive a los mejores amigos, cuando traen propuestas que, a la larga, atentan contra nuestra integridad como país y ponen en peligro a miles de empleos directos e indirectos, y por ende a decenas de miles de hogares ecuatorianos.
Hay que mantener nuestros principios soberanos y privilegiar los altos intereses nacionales. Los diplomáticos cumplen instrucciones encaminadas a favorecer los intereses de sus países, pero muchas veces, en mi experiencia, esos intereses no son compatibles con los nuestros.
No debe ni puede el Ecuador verse involucrado en guerras y disputas de otros, que solo le traerán lamentables consecuencias.
Los vientos de confrontaciones entre las potencias se avecinan y seguro van a provocar efectos desestabilizadores en el mundo, en donde nuestros intereses nacionales deben prevalecer y el pragmatismo debe imperar. (O)