¡Sorprendente hallazgo científico! Un equipo de expertos del Instituto de Neurociencias, liderado por el investigador Félix Viana, ha desentrañado un fascinante secreto de nuestro cuerpo: la forma en que percibimos el frío no es la misma en todas partes. Descubrieron que la piel y los órganos internos, como los pulmones o el estómago, utilizan mecanismos moleculares completamente distintos para registrar las bajas temperaturas.
Esta investigación, calificada como un «avance significativo» en la comprensión de la homeostasis térmica (la habilidad del cuerpo para mantener su temperatura interna), aporta nueva luz sobre enfermedades relacionadas con la sensibilidad al frío. Los resultados, publicados en la prestigiosa revista Acta Physiologica, demuestran que nuestra percepción del frío es mucho más compleja de lo que pensábamos.
Los detalles revelan que, mientras nuestra piel cuenta con un canal iónico específico, el TRPM8, para detectar las temperaturas bajas y las sensaciones refrescantes del exterior, los órganos de nuestro interior confían principalmente en otro sensor: el TRPA1. Esta diferencia molecular explica por qué sentir frío en la piel es distinto a la sensación al inhalar aire gélido o al consumir algo muy frío.
«La piel está equipada con sensores específicos que nos permiten detectar el frío ambiental y adaptar conductas de defensa», explicó el Dr. Félix Viana, quien además codirige el laboratorio de Transducción Sensorial y Nocicepción. «En cambio, la detección de frío en el interior del cuerpo parece depender de circuitos sensoriales y receptores moleculares distintos, lo que refleja su papel fisiológico más profundo en la regulación interna y la respuesta a estímulos ambientales».
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Para llegar a estas conclusiones, el equipo científico trabajó con modelos animales, analizando directamente la actividad de las neuronas sensoriales. Compararon las neuronas del nervio trigémino (encargado de la información de la piel y cabeza) con las del nervio vago (conectando el cerebro con órganos como pulmones y estómago).
¿Cómo se realizó el estudio?
Mediante el uso de avanzadas técnicas de imagen de calcio y registros electrofisiológicos, los investigadores pudieron observar en tiempo real la activación de las neuronas ante los cambios de temperatura. Estas herramientas se complementaron con fármacos diseñados para bloquear sensores moleculares específicos, ayudando a identificar qué canales iónicos juegan un papel clave en la detección del frío en cada tipo de neurona.
Adicionalmente, se emplearon ratones modificados genéticamente, a los que se les eliminaron los sensores TRPM8 o TRPA1. Junto con análisis de expresión génica, se confirmó de manera concluyente el rol diferenciado de estos canales en la percepción del frío. Este enfoque multidisciplinario ha demostrado que la detección de las bajas temperaturas está finamente ajustada a las funciones biológicas de cada tejido.
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Katharina Gers-Barlag, primera autora del estudio, destacó la importancia de estos hallazgos: «Nuestros hallazgos revelan una visión más compleja y matizada de cómo los sistemas sensoriales de distintos tejidos codifican la información térmica. Esto abre nuevas líneas para estudiar cómo se integran estas señales y cómo pueden alterarse en condiciones patológicas, como en ciertas neuropatías donde la sensibilidad al frío está alterada».
Este ambicioso proyecto ha contado con el respaldo financiero del Gobierno de España, la Agencia Estatal de Investigación y la Generalitat Valenciana. Forma parte además de un proyecto internacional más amplio, financiado por el Human Frontier Science Program (HFSP), que busca comprender las bases moleculares de la percepción del frío en especies adaptadas a climas extremos.
Fuente: Infobae