Supongamos que nos invitan a ver una serie pero nos advierten que no habrá escenas de sexo, que la trama será un melodrama clásico con buenos muy buenos y malos muy malos, las escenas serán largas y el ritmo aletargado. Ante semejante expectativa más de uno dirá “gracias, pero paso”. Sin embargo, y contrariando los manuales del “Perfecto producto audiovisual”, la serie es un éxito y no solo en su país de origen también en otros de culturas tan distintas como España, China, Rusia, Argentina, México y Venezuela.
Este fenómeno global no lo genera un tanque de la factoría Hollywood, tampoco un ícono sexual francés o una arrasadora artista latina sino un producto que viene de un país que aún conserva misterio y mito: Turquía. En los últimos años, sus series se convirtieron en un éxito muy lucrativo tanto que el gobierno de Recep Tayyip Erdogan recibió más de 1.000 millones de dólares gracias a la venta de los derechos de más de 150 series a 146 países.
Solo en el 2015 los distribuidores vendieron 135 mil horas de telenovelas a docenas de países. Se calcula que 600 millones de personas en los cuatro continentes vieron al menos una, lo que convierte a Turquía en el segundo país exportador global de formatos y producciones para TV, solo superado por Estados Unidos. El fenómeno no para y esta semana, la segunda serie más vista de Netflix es El sastre y Telefe emite no una sino cuatro novelas de ese país: Eda y Serkan, Huérfanas, Todo por mi hogar y Traicionada.
El auge de las series turcas es innegable y parece imparable aunque las razones de su éxito son más misteriosas. Las tramas cuentan historias clásicas llenas de amor e intriga, pero también bastante lineales. Hasta ahí, nada muy distinto a otras propuestas. Sin embargo, lo que llama poderosamente la atención es que aunque los protagonistas se suelen amar con pasión… se besan con castidad. Las escenas de sexo son casi inexistentes. Si uno espera un striptease como el de Kim Basinger enNueve semanas y media, unas piernas que se cruzan dejando el sexo al descubierto como las de Sharon Stone en Bajos Instintos, un Christian Grey tratando de insertar una cuchara con helado en Steele y ni hablar -o en este caso escribir- de una relación de amor entre dos hombres como en Secreto en la montaña, mejor que no elija una serie turca. Lo mismo si aguarda ansioso que se besen los protagonistas. Y como muestra vale un ejemplo. En los culebrones latinoamericanos, el beso entre los protagonistas suele ocurrir en los primeros capítulos. En Fatmagül, una de las historias turcas más exitosas, llegó recién en el episodio 113.
La falta de escenas de alto contenido erótico es multicausal y para los que estamos del otro lado del planeta resulta interesante conocerlas. Por un lado y aunque es una república laica, en Turquía, como en otros países islámicos, no están bien vistas las muestras de afecto en público. En 2017, en los Emiratos Árabes una pareja fue sentenciada a un mes de prisión por abrazarse y besarse en el baño (público) de una estación de servicio. En las playas de Dubái distintos carteles advierten a los turistas que no se permiten las demostraciones efusivas de afecto y si la pareja -sea casada o no- insiste en ser cariñosa puede ser deportada.
Aunque en Turquía no se llega a la deportación ni a la detención, sí se considera de mal gusto besarse o abrazarse con la pareja en lugares públicos. Para nuestra cultura puede resultar algo conservador, sin embargo hay un dato interesante que muestra una mentalidad diferente. En Turquía la prostitución es legal, con establecimientos regulados, tanto que los dueños son multados si no pagan los aportes jubilatorios de las trabajadoras sexuales. Situación que hasta ahora no reflejó ninguna novela pero generaría un lindo debate por estas pampas.
Que los protagonistas no se besen no solo es parte de la cultura del país sino también una normativa. Las series están regidas por el Consejo Superior de la Radiotelevisión de Turquía (RTUK). Este organismo formado por nueve miembros escogidos por la Asamblea Nacional determina las reglas que deben seguir las producciones y si no las cumplen pagan multas millonarias. La serie Love is in the air fue multada porque emitió una escena en un jacuzzi, que fue considerada un “contenido erótico que contradicen las costumbres y las tradiciones de la familia turca”.
Otro dato que para nuestra cultura resulta curioso es que en las ficciones turcas los besos entre los protagonistas no pueden durar más de tres segundos y resulta impensado incluir el uso de la lengua. El ente también prohíbe que se incluyan historias de la comunidad LGBT+. Si hay escenas de violencia, no se puede exponer sangre de modo explícito. Otra norma que los productores respetan a rajatabla es la prohibición de mostrar a los personajes fumando o consumiendo bebidas alcohólicas. Si por exigencias del guion un personaje debe ingerir alguna bebida de ese tipo, el vaso se muestra difuminado. Teniendo en cuenta que un vino común en Turquía puede costar entre 8 y 25 dólares, alcanzaría con visualizar el precio para que el televidente desista de beberlo.
Sin embargo tanto para las escenas de sexo y el consumo de bebidas alcohólicas hay contemplaciones. Las historias producidas por plataformas de streaming y no para la televisión abierta turca pueden mostrar besos más apasionados y escenas de sexo de más voltaje, pero sin llegar a la libertad de cuerpos desnudos que muestran las series francesas o el sexo con coreografía de productos de Hollywood. También los protagonistas aparecen bebiendo alcohol o consumiendo sustancias pero en la mayoría de las ocasiones en breves escenas.
Otro gran atractivo de estas novelas es que nos permiten viajar sin viajar. Por año, cerca de diez millones de turistas llegan a Turquía atraídos por sus indescriptibles paisajes naturales y seducidos por la magia de sus milenarias ciudades donde el pasado se mezcla con el futuro, lo occidental convive con lo oriental. Y si a ese mundo dentro de nuestro mismo mundo no se puede acceder por una cuestión de costos y distancias, sus novelas y series nos llevan a conocerlos sin movernos del sillón y muchas veces vienen con el plus de un viaje en el tiempo hasta el Imperio Otomano.
Esta “magia” se consigue porque todas las escenas se graban en exteriores y sin recurrir a formatos digitales. Los barrios que se ven, las casas que aparecen, los paisajes que se muestran son los mismos con los que conviven los turcos, tanto los que habitan las grandes ciudades como los poblados rurales. Todo es real y no producto de un algoritmo o de una escenografía creativa pero de bajo presupuesto.
En tiempos donde lo que nos falta es tiempo, las propuestas turcas sorprenden por la lentitud de sus escenas. Pero los guionistas parecen haber encontrado el secreto del “vísteme lento que estoy apurado”. Porque esas escenas llenas de planos y contraplanos, de personas mirándose con amor o de forma dramática, la tensión que transmiten los personajes que no llegan a tocarse y la trama sencilla que se alarga, en vez de enojar generan una sensación de relajación.
Aunque la lentitud de la trama también tiene su contracara. Según destaca el sitio Planeta Estambul, muchos actores turcos se quejaron porque el ritmo cansino obliga a agotadores rodajes. Además existe el factor económico ,y para que las cuentas no queden en rojo, se graba casi en tiempo real, de 12 a 15 horas diarias de lunes a sábado. El periodista Emanuel Respighi, reveló que rodar un capítulo de 113 minutos de una novela turca cuesta 300 mil dólares, mientras que en Estados Unidos grabar capítulos de 43 minutos promedio de extensión tiene un costo de producción de alrededor de 7 millones de dólares.
El fenómeno de las novelas turcas comenzó con Las mil y una noches, un melodrama que narra la historia de una madre que, desesperada por pagar un trasplante de médula ósea para su hijo, accede a mantener relaciones sexuales con su jefe a cambio de dinero. La ficción comenzó a emitirse en 2014 en el canal chileno Mega y su éxito fue tal que la emisora pasó de estar prácticamente en quiebra a ser la cadena más vista del país. La respuesta de los espectadores fue similar en Argentina, Colombia y el resto de Latinoamérica, donde las series y los actores turcos coparon no solo las pantallas sino los registros civiles. Los nombres Onur y Sherezade fueron elegidos por decenas de padres para bautizar a sus hijos.
Con escenas de sexo que no se muestran pero se intuyen, sin necesidad de recurrir a violencia explícita, ni abordando problemas sociales complejos, las telenovelas turcas consiguen atrapar. Algunas lo hacen centrando la acción en el Imperio Otomano y logrando con sus escenografías y trajes atrapar con la historia de la Historia. En otras, la trama se centra en dramas familiares y cuestiones de honor donde los secretos son más importantes que las traiciones. La inteligencia de sus autores es que muestran sentimientos que son universales, pero en un contexto tan distinto como atrapante. El eje de todas es algo que para algunos suena a cursilería pero en el fondo es lo que perseguimos una gran mayoría: encontrar y vivir un gran amor. Y cuando se lo encuentra poco importa que el beso se demore y las pausas se alarguen. Por eso, estimado lector así como Onur le aseguró a Sherezade que “No hay ningún dolor que el amor no pueda curar”, le garantizo que “no hay ningún mal día que una novela turca no ayude a olvidar”.
Fuente: Infobae