Para varias generaciones, el retrato definitivo del Hombre de Acero es y será Christopher Reeve. El carismático actor era una promesa del teatro cuando decidió “rebelarse” a los consejos de sus maestros puristas y audicionar para la arriesgada película que, a finales de los 70s, intentaría que un personaje de comics cobrase vida en la pantalla grande.
Y ese filme, Superman (1978), se convirtió en el primer gran giro en la vida de Reeve. El segundo hito, que cambió su destino por completo a los 42 años, fue un accidente mientras practicaba uno de sus pasatiempos favoritos: la equitación.
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