El Harvard Business Review, en su edición especial de verano, analiza las necesidades de liderazgo para navegar en un mar de incertidumbre financiera, de una transformación digital radical y de dramáticos cambios sociales, en un clima de crispación e indignación con la gobernanza nacional y global.
Administrar la cosa pública confronta con un sentimiento de frustración generalizado de la ciudadanía, que mayoritariamente piensa que el futuro será peor y que no hay capacidad para alcanzar acuerdos mínimos que permitan enfrentar los problemas internacionales, como las guerras, el cambio climático, el envejecimiento y los cambios que trae una “sociedad líquida” que ha debilitado los vínculos humanos.
Abordar la multiplicidad de temas urgentes de una democracia como la ecuatoriana requeriría de un análisis amplio y complejo, pues está sumida en una problemática de nuestra propia responsabilidad, por la incompetencia, improvisación y corrupción, muchas veces agravada por influencias externas.
Somos parte de una sociedad mundial a la que le urge coordinar acciones en lo internacional para solucionar problemas internos. Un ejemplo de ello es la incapacidad del Ecuador de liderar un esfuerzo internacional contra la delincuencia organizada transnacional, consecuencia de la infiltración del narcotráfico, que lo tiene ahogado en la violencia y exacerba sus propias contradicciones, debilidades y dependencias.
El problema que abordaré en estas líneas es el envejecimiento de la población, caracterizada por la mayor longevidad y la caída en picada de la natalidad global. El mundo enfrenta un problema que atañe a su supervivencia misma. Hoy somos más adultos mayores que niños naciendo. Las Naciones Unidas señalan que somos mil millones de mayores de 65 años y que seremos dos mil millones en 26 años, esto es en el 2050. Por cada persona mayor adulta se calcula un grupo de impacto directo de dos personas, sean familiares, sociedad, sistema médico o de cuidados, lo que suma cerca de 6.000 millones de personas para ese año. Se prevén inmensas implicaciones.
Aunque sabemos esto, los liderazgos nacionales y mundiales no tienen la capacidad para enfrentar un problema de estas magnitudes. En mis conversaciones con su santidad el papa Francisco, con el secretario general de Naciones Unidas, con el alto comisionado de Derechos Humanos, entre otros, he puntualizado que existe una actitud de muchos líderes de patear el balón para adelante, para que otros se responsabilicen de las soluciones, pese a que ellos mismos son mayores adultos o lo serán en poco tiempo.
Afortunadamente, el trabajo de varios años ha dado frutos y optimismo a la comunidad internacional, pues el pasado 13 de agosto, la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó una resolución que permite iniciar el camino de una negociación de una Convención de Derechos Humanos de las Personas Mayores Adultas que, confío, protegerá los derechos de estos miles de millones. Ha sido un honor trabajar en ese propósito con un puñado de entregados a la causa de la humanidad. (O)