La iluminación artificial durante la noche está emergiendo como un factor de riesgo silencioso para nuestra salud, impactando negativamente en el sistema cardiovascular y metabólico. Investigaciones recientes desvelan cómo la luz eléctrica interfiere con nuestros ritmos biológicos innatos.
Un estudio de gran envergadura, publicado recientemente y analizando datos del Biobanco del Reino Unido, arroja luz sobre las consecuencias de la exposición lumínica mientras dormimos. Los hallazgos son contundentes: incluso sin considerar la cantidad de horas de sueño, la luz nocturna se posiciona como un predictor independiente de diversas afecciones cardíacas.
El análisis, que siguió de cerca a casi noventa mil personas, registró con detalle la exposición a la luz durante el sueño. Los resultados son claros: aquellos que descansaban en ambientes más luminosos mostraron un riesgo significativamente elevado de padecer enfermedades del corazón, ataques cardíacos, fibrilación auricular y accidentes cerebrovasculares en la década posterior. Los científicos han identificado patrones alarmantes relacionados con la intensidad lumínica.

El investigador principal, Daniel Windred de la Universidad Flinders en Australia, enfatizó: «El riesgo se incrementaba con la mayor exposición a la luz. Las personas con las noches más brillantes, el 10% de los participantes, experimentaron un riesgo mayor de fibrilación auricular y accidente cerebrovascular». Estos riesgos se mantuvieron elevados incluso al ajustar variables como el índice de masa corporal, la prediabetes y otros marcadores de salud, situándose entre un 30% y un 60%, dependiendo de la patología.
Expertos como la doctora Phyllis Zee, neuróloga de la Universidad Northwestern y reconocida especialista en sueño y ritmos circadianos, respaldan estos hallazgos. La doctora Zee, quien ha liderado investigaciones previas con adultos mayores y embarazadas, señala que la luz nocturna se ha asociado con un aumento del riesgo de obesidad, diabetes e hipertensión. Además, la exposición a la luz antes de dormir puede incrementar la probabilidad de diabetes gestacional.
El mecanismo subyacente parece ser la alteración del reloj circadiano y la consecuente disminución en la producción de melatonina, la hormona clave para regular nuestros ciclos de sueño y vigilia. Angus Burns, investigador de la Facultad de Medicina de Harvard y coautor del estudio, señala una paradoja: «Recibimos luz nocturna con órdenes de magnitud más brillante que la luna o una fogata», una condición evolutivamente muy reciente para el ser humano. A esto se suma, según Burns, que muchas personas reciben menos luz solar diurna de la necesaria, exacerbando el desajuste circadiano.

Experimentos realizados en laboratorio por la doctora Zee demostraron que dormir con una iluminación ambiental de apenas cien lux (similar a la luz tenue de un pasillo de hotel) mantenía elevada la frecuencia cardíaca de los voluntarios y exigía un esfuerzo adicional al páncreas para regular la glucosa. Zee describió esta situación como «casi como estar en un estado de euforia», reflejando la constante activación del sistema nervioso inducida por la luz.
Ante este panorama, el profesor Kenji Obayashi, epidemiólogo de la Universidad Médica de Nara en Japón, sugiere la importancia de futuras investigaciones centradas en intervenciones para reducir la exposición a la luz nocturna. El uso de antifaces, cortinas opacas o persianas para bloquear la luz externa e interna durante el descanso son medidas a considerar.
A pesar de que los estudios presentan ciertas limitaciones, como la duración del registro de exposición lumínica, los investigadores coinciden en un punto crucial: la iluminación eléctrica representa un desafío sin precedentes para la fisiología humana. Como concluyó Burns, «La iluminación eléctrica es totalmente aberrante para nuestra biología. Es completamente nuevo, esencialmente, a escala evolutiva, que tengamos luz nocturna de esta manera».
Fuente: Infobae