A lo largo de los siglos, la humanidad ha buscado identificar y catalogar el sonido más potente registrado. Lo que parece una pregunta simple se complica al considerar fenómenos que escapan a la comprensión acústica convencional. Más allá de un ruido ordinario, ciertos eventos naturales y artificiales generan ondas de choque y frentes de presión que transforman el sonido en un evento físico de otra índole.
Esta transformación ocurre alrededor de los 194 decibelios (dB). Superar este umbral implica que la energía liberada es tan masiva que el aire deja de comportarse como un fluido vibrante y se convierte en una barrera de presión expansiva. En esta liga extrema se encuentran los aspirantes al título de los sonidos más impactantes de la historia.
Fenómenos como la erupción del Krakatoa en 1883 y la explosión de Tunguska en 1908 liberaron fuerzas colosales que alteraron los barómetros globales y produjeron ondas atmosféricas detectables a miles de kilómetros. A pesar de los avances tecnológicos, los científicos reconocen la inherente incertidumbre en las mediciones de estos eventos. Como advierte el experto Michael Vorländer, profesor de la Universidad RWTH Aachen: «Se pueden hacer suposiciones sobre la propagación del sonido, pero son extremadamente inciertas«. La falta de mediciones cercanas a estos eventos limita la precisión del estruendo inicial, aunque las estimaciones actuales ofrecen una idea clara de su magnitud.
Gigantes Acústicos: Cataclismos que Sacudieron el Planeta
La erupción del Krakatoa en 1883 se erige frecuentemente como el sonido más ensordecedor registrado históricamente. Testigos a miles de kilómetros reportaron haberlo escuchado, y los instrumentos de la época registraron una onda que dio siete vueltas al planeta.

Las reconstrucciones modernas sugieren que su potencia pudo alcanzar unos 310 dB, superando con creces el límite de lo que consideramos sonido. Este evento devastador generó tsunamis, aniquiló dos tercios de la isla y dejó un registro atmosférico asombroso.
Poco después, la explosión de Tunguska en 1908, causada por la entrada y desintegración de un asteroide, devastó millones de árboles y propagó ondas de presión a escala continental. Se estima que superó los 300 dB, un nivel similar al de Krakatoa, pero con un origen cósmico. La onda de choque derribó a personas a cientos de kilómetros, sirviendo como un poderoso recordatorio del impacto de los eventos extraterrestres en la historia geofísica terrestre.

La era nuclear introdujo otro hito sonoro. La detonación de la Bomba del Zar en 1961, la explosión nuclear más potente jamás realizada, generó una onda acústica de aproximadamente 224 dB. Fue audible a casi 900 km y causó fluctuaciones atmosféricas medibles, marcando el sonido artificial más intenso en un entorno abierto.
Es crucial entender que la conversión directa a decibelios de fenómenos como ondas de choque puede ser engañosa. El experto en infrasonido, Milton Garcés, señala: «Si reformuláramos la pregunta como ‘¿Cuál es el sonido más fuerte registrado en la era digital moderna?’, sin duda el sonido más fuerte fue el del volcán Hunga Tonga en 2022”.

La erupción submarina del Hunga Tonga generó un salto de presión de 1800 pascales a decenas de kilómetros, equivalente a unos 256 dB. Sin embargo, Garcés aclara que esta conversión es científicamente imprecisa. El evento actuó más como un pulso de aire que como un sonido tradicional, pero fue detectado globalmente.
El Poder Sonoro en la Naturaleza y en el Laboratorio
El reino animal también ostenta récords acústicos impresionantes. Los cachalotes emiten chasquidos de hasta 236 dB, superando a cualquier otro animal y viajando cientos de kilómetros bajo el agua.

Estos pulsos submarinos son vitales para su comunicación y orientación. Para un humano, la cercanía a un cachalote activo podría ser peligrosa debido a la alta presión acústica.
Otros animales notables incluyen los monos aulladores, cuyos llamados alcanzan los 140 dB, comparable a disparos o motosierras. Incluso el pequeño camarón pistola genera una burbuja implosiva con un chasquido de 210 dB, demostrando que el tamaño no siempre dicta la potencia acústica.

En el ámbito científico, experimentos modernos utilizan láseres para generar ondas de presión extremas. Un estudio reciente alcanzó cerca de 270 dB al lanzar un chorro de agua microscópico, aunque sin producir sonido perceptible al realizarse en vacío.

Garcés lo explica: «Es como la presión en el espacio: una supernova puede generar una enorme presión de radiación, pero no radiaría como lo que llamamos sonido». Las ondas sonoras requieren un medio para propagarse.
La distinción entre ondas de presión y sonido es clave. Cuando la presión supera un umbral crítico, la vibración sonora tradicional se desvanece, dando paso a un frente de energía. Por ello, las cifras estimadas para eventos naturales extremos son referencias valiosas, pero no descripciones completas del fenómeno físico.
La pregunta inicial sobre el sonido más fuerte cobra múltiples respuestas según el criterio: la erupción de Tonga (2022) para la era moderna, Krakatoa y Tunguska para la historia, y los cachalotes para el mundo animal. Estos fenómenos nos invitan a comprender la propagación de la energía y los límites físicos de la acústica. La Tierra guarda registros sonoros de su historia dinámica, revelando aspectos ocultos hasta que un estruendo los hace audibles.

Fuente: Infobae