El renombrado neurólogo y escritor Oliver Sacks, recordado por sus emblemáticas obras como «Despertares» y «El hombre que confundió a su mujer con un sombrero», nos dejó un profundo legado que trasciende la medicina. Su experiencia personal como paciente, al enfrentar una enfermedad terminal, se convirtió en el foco de una profunda introspección. El volumen «Gratitud», publicado originalmente en 2015 y reeditado recientemente, compila cuatro ensayos conmovedores donde Sacks comparte su mirada sobre el ocaso de la vida, desde la plena conciencia de su propia finitud.
La gratitud se erige como el sentimiento dominante en estas páginas, un reconocimiento tanto por las vivencias acumuladas como por las oportunidades de despedida. Ante el diagnóstico de un cáncer avanzado, Sacks confesó: «No puedo fingir que no tengo miedo. Pero mi sentimiento predominante es la gratitud». Esta poderosa declaración, hallada en el ensayo «Mi propia vida», revela su determinación de vivir los últimos meses con la mayor riqueza y profundidad posible, impulsado por las palabras de su admirado filósofo David Hume.
Un Viaje a Través de Recuerdos y Ciencia
A través de los textos, Sacks teje un tapiz de sus etapas vitales y afectos. En «Mercurio», reflexiona sobre la vejez poco antes de recibir su diagnóstico. Su conexión con los elementos químicos se vuelve un hilo conductor: «Anoche soñé con el mercurio: glóbulos enormes, brillantes, de mercurio que subían y bajaban. El mercurio es el elemento número 80, y mi sueño es un recordatorio de que el martes cumpliré 80 años». Esta fusión entre la ciencia y la narrativa personal impregna también «Mi tabla periódica», donde la contemplación del cosmos le recuerda la fugacidad y belleza de la existencia: «Ese esplendor celestial me hizo comprender de pronto qué poquito tiempo, qué poquita vida, me quedaban».

La dimensión familiar y la compleja relación entre identidad y religión se exploran en «Shabat». Sacks evoca la celebración judía de su infancia en Londres, un recuerdo agridulce marcado por el rechazo de sus padres ante la revelación de su homosexualidad. Las dolorosas palabras de su madre: «Eres una abominación. Ojalá nunca hubieras nacido», sellaron su alejamiento de la fe. Sin embargo, décadas después, un reencuentro familiar en Israel le brindó un atisbo de aceptación, un clima que antes le parecía inalcanzable.
El impacto de la obra de Oliver Sacks trasciende las fronteras de la literatura médica. Si bien «Despertares» y «Un antropólogo en Marte» inspiraron adaptaciones cinematográficas y teatrales, los breves pero potentes textos de «Gratitud» ofrecen un legado de enorme fuerza. Sacks logra un tono de aceptación serena, desprovisto de autocompasión: «He sido un ser sensible, un animal pensante, en este planeta hermoso, y eso en sí mismo ha sido un privilegio y una aventura enormes».

En sus escritos, Sacks reflexiona sobre la continuidad del conocimiento y del mundo más allá de su propia existencia. Admite con melancolía: «Me entristece no ver la nueva física nuclear que vislumbra el doctor Wilczek, ni mil otros descubrimientos en las ciencias físicas y biológicas». Esta dualidad entre la nostalgia por lo no vivido y la profunda gratitud por las maravillas presenciadas define el tono del libro.
Durante sus últimos meses, Sacks priorizó el tiempo junto a su pareja, el escritor y fotógrafo Bill Hayes, y sus afectos más cercanos. La conciencia de la fugacidad temporal le llevó a centrarse en lo esencial, delegando las preocupaciones mundanas al futuro. Su balance vital se resume en palabras sencillas y profundas: «He amado y he sido amado; he recibido mucho y he dado algo en devolución».
La reciente reedición de «Gratitud» subraya la vigencia de estos ensayos que, en palabras del propio Sacks, nos enseñan que, independientemente de las circunstancias, siempre es posible «vivir bien, morir bien y despedirse con la palabra ‘gracias’».
Fuente: Infobae