¿Sientes que tu cuerpo reacciona a la rutina urbana como ante un peligro inminente? El tráfico denso, las discusiones acaloradas o las largas jornadas laborales disparan la tensión interna, una respuesta evolutiva que la civilización actual ha puesto a prueba. Investigadores de la Universidad de Zúrich y la Universidad de Loughborough, liderados por Colin Shaw y Daniel Longman, han desvelado un fenómeno crucial: el “desajuste biológico” que surge de la desconexión entre nuestras necesidades naturales y el entorno citadino.

Un Legado Evolutivo en Tiempos Modernos
En apenas unos siglos, la industrialización alteró radicalmente nuestro modo de vida. Atrás quedaron los paisajes verdes y la interacción constante con la naturaleza. Hoy, más del 90% de la población mundial reside en áreas urbanas, y la mayor parte del día la pasamos bajo techo, rodeados de edificios, asfalto, ruido y polución.
Colin Shaw explica que nuestros cuerpos evolucionaron para un estilo de vida muy distinto. “Nuestros cuerpos evolucionaron para un tipo de vida muy diferente, y el estrés constante de la vida moderna podría estar afectando nuestra salud e incluso nuestra capacidad de reproducción”, señala. A diferencia de las amenazas breves y contundentes que enfrentaban nuestros ancestros, el estrés actual es persistente: “nuestro sistema nervioso responde rápidamente, pero el cuerpo no tiene tiempo para calmarse después”.

El Impacto en la Fertilidad y la Contaminación
Un dato alarmante emerge de las investigaciones: los problemas de fertilidad se incrementan a medida que los entornos se vuelven más industrializados. Los estudios vinculados a Shaw y Longman sugieren que el contacto diario con contaminantes, microplásticos y pesticidas merma la calidad de los gametos. De hecho, el conteo promedio de espermatozoides ha disminuido un 67% desde los años 50.
“Si analizas el conteo promedio de espermatozoides hoy, es 67 por ciento más bajo que el de nuestros abuelos en los años cincuenta”, afirmó Shaw.
El investigador destaca que factores ambientales, incluyendo la exposición a pesticidas y herbicidas incluso en zonas rurales, contribuyen a estos cambios, alterando los sistemas reproductivos.
Naturaleza y Defensa Inmunológica: Una Relación Indispensable
Nuestro sistema inmunitario necesita interactuar con una diversidad de microorganismos para fortalecer sus defensas. La llamada “hipótesis de los viejos amigos” postula que el alejamiento de la biodiversidad debilita la respuesta inmunológica y favorece el desarrollo de trastornos autoinmunes. Las ciudades, con menos espacios verdes, registran mayores índices de enfermedades inflamatorias y alergias.

El ruido constante, la luz artificial nocturna y la polución del aire son factores que merman nuestras defensas. La vida urbana puede elevar la inflamación basal, desregular nuestros ritmos biológicos internos y dificultar la lucha contra patógenos. Es más, estudios demuestran que el contacto frecuente con entornos naturales mejora notablemente los parámetros inmunológicos en periodos cortos.
El Costo Cognitivo y Físico de la Vida Metropolitana
La urbe también deja su huella en nuestra cognición. Las investigaciones de Longman y su equipo revelan que niños que crecen en áreas con poca vegetación muestran un desarrollo más lento de sus habilidades ejecutivas. Por su parte, los adultos mayores que viven alejados de la naturaleza experimentan un declive cognitivo más acelerado. La memoria, el razonamiento y la atención se ven mermados al aumentar la contaminación atmosférica, incluso en actividades que requieren alta concentración como el ajedrez.

Estrés Crónico: El Enemigo Silencioso de la Ciudad
La constante activación de nuestros sistemas biológicos se debe al “estrés crónico” inherente a la vida urbana. Situaciones cotidianas como embotellamientos, fechas límite o el uso intensivo de dispositivos electrónicos mantienen nuestras alarmas en alerta máxima. La investigación subraya: “Los factores estresantes actuales, como el tráfico, el ruido y las redes sociales, activan la misma respuesta de lucha o huida que protegía a nuestros antepasados”.
El problema es que esta alerta nunca se apaga. “La presión puede debilitar el sistema inmunitario, afectar la memoria y alterar los niveles hormonales”, concluyen Shaw y Longman. Los efectos trascienden el malestar, comprometiendo funciones vitales para nuestra supervivencia.
Los equipos de la Universidad de Zúrich y la Universidad de Loughborough proponen que una reformulación del diseño urbano puede mitigar este desajuste. El Dr. Shaw enfatiza: “Incluso exposiciones breves a espacios verdes mejoran la respuesta inmunológica y el estado de ánimo”. Por ello, la creación de ciudades más verdes, la reducción del tráfico y el fomento del contacto con la naturaleza se perfilan como claves para recuperar el equilibrio perdido.
Fuente: Infobae