En una memorable alocución tras recibir el Premio Nobel de Literatura 2025, el escritor húngaro Laszlo Krasznahorkai compartió reflexiones que trascendieron la mera gratitud. Inicialmente, el autor manifestó haber deseado hablar sobre la esperanza, pero confesó con honestidad que sus reservas de esta se habían agotado, optando en su lugar por abordar la figura de los ángeles.

Krasznahorkai describió cómo, mientras deambulaba por su estudio, su mente se pobó de ángeles. Pero estos no eran los querubines alados que la tradición artística nos ha legado. Estos eran nuevos ángeles, desprovistos de alas, que se movían entre nosotros ataviados con ropa de calle sencilla. El autor cuestionó la iconografía tradicional, preguntándose sobre la logística de las alas y los sastres celestiales, contrastando con la sencillez terrenal de estos nuevos mensajeros celestiales.
El escritor evoca la obra de maestros como Botticelli, Leonardo da Vinci y Miguel Ángel, quienes plasmaron en el arte la imagen del ángel tradicional. Sin embargo, Krasznahorkai insiste en que su discurso no se centrará en estos ángeles antiguos, los mensajeros divinos que anunciaban nacimientos y traían el verbo celestial. Estos antiguos seres, que eran el mensaje mismo, contrastan con la concepción actual.
El autor se describe a sí mismo paseando por su habitación en una torre, un espacio modesto construido con tablas de abeto noruego. Esta imagen contrasta con la idea romántica de una torre de marfil. El entorno físico, marcado por una pendiente pronunciada, añade una capa de complejidad a su espacio de trabajo y reflexión.
Nuevos Ángeles: Silenciosos y Sin Mensaje
La premisa central del discurso gira en torno a la figura del ángel moderno. Krasznahorkai subraya que estos nuevos ángeles no poseen alas ni un mensaje explícito. Aparecen de manera inesperada, con un ritmo y una melodía diferentes a los de la vida cotidiana. La posible ausencia de un «allá arriba» sugiere una reconfiguración cósmica, donde las estructuras de magnates como Elon Musk podrían estar redefiniendo el espacio y el tiempo.
El encuentro con estos nuevos ángeles se describe como un momento de revelación súbita. Las «cataratas» caen de los ojos, las «placas» se desprenden de los corazones. Sin embargo, a diferencia de sus predecesores, estos ángeles no transmiten palabras ni luz. Se quedan en silencio, buscando la mirada del ser humano, en una súplica para que seamos nosotros quienes les ofrezcamos un mensaje. Una petición imposible, ya que la humanidad, en su desconcierto, carece de respuestas.
La reflexión toma un giro sombrío cuando Krasznahorkai sugiere que estos ángeles, en su mudez y falta de mensaje, podrían ser en realidad sacrificios. Sacrificios no por nosotros, sino por nuestra culpa. La guerra constante, tanto en la naturaleza como en la sociedad, el daño infligido por una palabra hiriente o un acto irreflexivo, los convierte en víctimas indefensas ante la crueldad humana. El autor lamenta la imposibilidad de remediar este sufrimiento, que considera «más allá de todo remedio».

La Dignidad Humana: Un Viaje Evolutivo Complejo
Tras su reflexión sobre los ángeles, Krasznahorkai cambia el foco hacia la dignidad humana. Traza un recorrido por la evolución de nuestra especie, destacando hitos como la invención de la rueda, el fuego, el lenguaje y el desarrollo del intelecto. La capacidad de cooperación se presenta como un pilar fundamental para la supervivencia humana, así como la habilidad para nombrar y comprender el mundo que nos rodea.
El autor enumera los avances de la humanidad: la exploración del planeta, el desarrollo científico, la creación artística, desde las pinturas rupestres hasta obras maestras como «La última cena» de Leonardo da Vinci. Sin embargo, este progreso ha llevado a una paradoja: una progresiva pérdida de fe y la prevalencia de una memoria a corto plazo, afectando la posesión compartida de conocimiento, belleza y moralidad.
La conclusión sobre la dignidad humana es melancólica: el viaje evolutivo, aunque impresionante, «no puede repetirse». La humanidad se encuentra en un punto de inflexión, con avances tecnológicos vertiginosos pero una aparente desconexión con valores fundamentales.
La Rebelión: Un Grito por el «Todo»
Finalmente, el discurso aborda la rebelión. Krasznahorkai comparte una anécdota vivida en Berlín, en una parada del U-Bahn, donde presenció a un mendigo urinando en una zona prohibida. Este acto, aparentemente trivial, desencadena una profunda reflexión sobre el orden, la ley y la impotencia del bien ante ciertas manifestaciones del mal.
La escena del mendigo intentando huir de un policía, con una brecha de diez metros de por medio, se convierte en una metáfora poderosa. El autor argumenta que en esa distancia, en esa separación, reside la imposibilidad de que el bien alcance al mal. Los «diez metros» representan una barrera insalvable, un símbolo de que «entre el Bien y el Mal no hay esperanza, ninguna en absoluto».
La pregunta que surge de esta experiencia es fundamental: ¿cuándo y cómo se rebelarán los parias? Krasznahorkai descarta una rebelión violenta y propone una rebelión «en relación con el todo». Una sublevación que abarque todas las esferas de la existencia humana, conectando las reflexiones sobre ángeles, dignidad y la lucha perpetua entre el bien y el mal.

El autor concluye su discurso evocando nuevamente su viaje en el U-Bahn, sintiendo que ha recorrido un túnel sin fin de reflexiones. Las estaciones pasan, y él ha abordado los temas que lo ocupan: los ángeles, la dignidad humana y la rebelión. Y, finalmente, en este vasto tapiz de pensamientos, Krasznahorkai reconoce que quizás ha hablado de todo, incluso de la esperanza, a pesar de haberla dado por agotada.

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Fotos: (TT News Agency/Claudio Bresciani via REUTERS)
Fuente: Infobae