El 21 de diciembre de 1970, en el corazón de la Casa Blanca, Elvis Presley extendió un estuche a Richard Nixon. En el interior, el presidente encontró una pistola con balas. Ese momento insólito no solo marcó un episodio curioso en la relación entre política y espectáculo, sino que también inmortalizó la capacidad de Presley para dejar una huella donde fuera.
Mucho antes y después de esa jornada, sus pasos inconfundibles, su peinado cuidadosamente modelado y su mirada magnética instalaron su figura en el imaginario global. Convertido en el Rey del Rock, su personalidad y sus gestos desbordaron el escenario e ingresaron en la cultura mundial.
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