En la era digital, la tecnología avanza a una velocidad que deja atrás a la ciencia. Cada día surgen dudas sobre cómo móviles, redes sociales y sistemas de IA afectan nuestra mente, relaciones y salud. Sin embargo, los científicos luchan por ofrecer respuestas mientras las grandes compañías priorizan sus beneficios. Este artículo revela por qué la ciencia se queda atrás y qué soluciones plantean los expertos para ponernos a salvo cuanto antes.
La ciencia avanza lento mientras la tecnología corre
Amy Orben, psicóloga de la Universidad de Cambridge, y J. Nathan Matias, de la Universidad de Cornell, lanzaron un grito de alerta en Science: la ciencia necesita acelerar su ritmo para entender cómo la vida digital impacta realmente a la sociedad.
Ambos coinciden en que la evidencia disponible es incompleta y que muchas veces se exagera para generar alarma o se minimiza para no afectar intereses empresariales. Sin datos claros, ciudadanos y políticos se ven obligados a basarse en prejuicios o intuiciones, corriendo el riesgo de regular de más o dejar problemas graves sin control.
Datos reales y decisiones valientes
Orben y Matias proponen registrar la influencia de la tecnología en estadísticas oficiales, como certificados de defunción, informes de accidentes laborales o reportes de violencia doméstica. Así, la sociedad tendría una imagen más completa de dónde y cómo afecta la vida digital.
Insisten también en equilibrar riesgos y beneficios: la falta de pruebas absolutas no debe ser excusa para inacción. Muchas veces se repite que la correlación entre problemas mentales y móviles no prueba causalidad, pero esperar certezas totales puede costar vidas.
Por ejemplo, sería razonable debatir si los chatbots necesitan protocolos de seguridad para prevenir mensajes que inciten al suicidio. La balanza debe inclinarse hacia proteger la vida, incluso si eso implica costos empresariales.
Experimentos más rápidos y en paralelo
El método científico tradicional tarda años en recopilar, analizar y publicar resultados. En contraste, las grandes compañías prueban miles de versiones de sus productos cada día mediante experimentos A/B, optimizando rápidamente sin preocuparse por impactos éticos.
Los investigadores sugieren aplicar un enfoque similar: trabajar en paralelo. Por ejemplo, experimentar con hábitos de sueño y uso de redes sociales: pedir a algunos padres que retiren los móviles de las habitaciones de sus hijos y observar el efecto en su descanso.
Este tipo de pruebas prácticas, implementadas con rigor y ética, podrían acelerar el conocimiento real y guiar políticas públicas más efectivas.
Crear listas de riesgos y fomentar alternativas
Los expertos comparan esta crisis con lo ocurrido con ciertos químicos industriales: durante décadas se desconocieron o minimizaron sus efectos tóxicos hasta que la ciencia acumuló pruebas para prohibirlos y promover compuestos más seguros.
Proponen aplicar un enfoque similar a la tecnología digital: elaborar listas públicas de diseños o funciones preocupantes mientras se desarrollan alternativas más seguras. Esto motivaría a emprendedores a innovar con responsabilidad y a la sociedad a presionar por cambios.
A diferencia del tabaco, la tecnología sí puede diseñarse de forma menos dañina, opinan Orben y Matias. Con listas de alerta, supervisión y transparencia, se puede equilibrar innovación y bienestar.
Lo que está en juego y cómo actuar hoy
Mientras se refinan métodos científicos y se negocian políticas, los expertos recomiendan que la ciencia mantenga su estándar de rigor, pero se atreva a actuar con la evidencia disponible, aunque no sea perfecta.
En un mundo donde las empresas tienen todos los datos y la capacidad de cambiar productos de forma instantánea, la ciencia y la sociedad no pueden permitirse quedarse atrás.
El futuro de nuestra salud mental y la de nuestros hijos podría depender de lo que hagamos —o dejemos de hacer— hoy. La clave: exigir información, acelerar la investigación y apostar por decisiones basadas en la protección de la vida antes que en la protección de las ganancias.
Fuente: La Nación
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