Como en un duelo de pesos pesados, cuando no hay más energías, el ganador se suele definir por el corazón y la voluntad del que más quiere el triunfo. Esto es lo que demostró Inter de Milán ante Barcelona, en una semifinal de Champions League que quedará para los libros de historia.
El equipo italiano hizo todo bien en la primera mitad, dominando y marcando diferencias en el marcador, apoyado en su máxima figura, un tocado Lautaro Martínez, quién dejó todo para jugar y aportó con gol y penal forzado.
Pero el segundo tiempo tuvo una tónica muy diferente. Barcelona lo llevó contra las cuerdas y lo tumbó varias veces, al punto que parecía que no se podía levantar. El gol de Raphinha a los 87 minutos era el golpe final, pero a esta pelea le quedaban algunos asaltos.
Con más ímpetu que fútbol llegó el empate, en los pies de un sacrificado como Francesco Acerbi, que a los 93 se disfrazó de héroe bajo una intensa lluvia en el Giuseppe Meazza que le aportó aún más épica, para empatar la serie y llevarla al suplementario.
Si hay un momento donde el deseo y la voluntad se antepone a la técnica es este. A los 9′ de la primera mitad del tiempo suplementario, Davide Frattesi terminó coronando una gran jugada colectiva de los dirigidos por Inzaghi. Marcus Thuram desbordó por derecha, tocó al medio y Medhi Taremi descargó para un Frattesi que, con mucha sangre fría, abrió el pie zurdo para ubicarla contra el palo del arco de Szczęsny.
Los minutos finales tuvieron al borde del asiento al espectador neutral que se fascinó durante 120 minutos de un partido inolvidable, y rememorando al Inter de Mourinho en 2010, los nerazzurri rechazaron todo lo que tiraron al área de Sommer, que se erigió como una muralla cuando más se lo necesitó.
El fútbol dio una nueva muestra que cuando las piernas o la cabeza no responden, la respuesta puede salir del corazón y la voluntad de conseguir el resultado, más que el rival que está enfrente.
