Fue solo una casualidad. En marzo de 2013, cuando el humo blanco subía durante el cónclave por la Capilla Sixtina anunciando la elección del sucesor de Ratzinger al frente de la Santa Sede, a más de 8.000 kilómetros de distancia, un desconocido para el gran público llamado Xi Jinping asumía oficialmente la presidencia de la República Popular China. Esta coincidencia marcaría el inicio de uno de los capítulos más complejos de la diplomacia vaticana como ha sido el intento de acercamiento entre el Vaticano –un estado minúsculo que «reina» sobre las almas de 1.600 millones de católicos– y China, un viejo imperio que gobierna sobre la vida de 1.400 millones de personas
Mientras líderes de todo el mundo han enviado sus condolencias a los católicos y al Vaticano, ha sido llamativo el silencio de Xi Jinping, que aún no se ha pronunciado, mostrando una distancia acorde con su política de desconfianza hacia el Vaticano que Francisco trató de reducir con varios intentos de diálogo y alguna afirmación de admiración hacia el gigante chino.
Ese acercamiento fue orquestado por el secretario de Estado vaticano, Pietro Parolin (uno de los candidatos más firmes en la sucesión), pero Bergoglio se encontró con dos piedras en el zapato. Una era Taiwán y la otra, el nombramiento de obispos de la Iglesia católica china. Los puntos de fricción tiene su origen en la reciente historia del viejo país asiático. En 1951, dos años después de la victoria comunista en la guerra civil, Pekín expulsó al enviado papal bajo acusaciones de «espionaje», y el Vaticano optó por reconocer a Taiwán como el gobierno legítimo de China, siendo el único estado europeo a día de hoy en hacerlo, y uno de los doce en el mundo que en la actualidad reconocen la soberanía de la isla.
Esta ruptura llevó a la escisión de los católicos chinos en dos sectores. Uno era la Asociación Patriótica Católica China, controlada por el Estado, y el otro estaba conformado por aquellos que practican la fe católica en secreto, manteniendo su lealtad al Vaticano so pena de sufrir la represión del régimen. Actualmente, el país cuenta con unos seis millones de católicos «oficiales» y se cree que existen otros seis millones «clandestinos».