Familias enteras, turistas y creyentes se darán cita en la tradicional procesión, cuyo recorrido supera los tres kilómetros. Mientras algunos preparan cruces, cánticos religiosos y rezos, otros, como Verónica Guanoluisa, de 47 años, prefieren vivir este momento en silencio, como una forma de introspección y recogimiento espiritual.
Uno de los símbolos más representativos de esta manifestación de fe son los cucuruchos, personas que visten túnicas moradas y capuchas cónicas. Su atuendo representa penitencia, sacrificio y el anhelo de perdón.
Juan Inaquiza es uno de ellos. Ha amarrado pesadas cadenas a sus tobillos como una forma de compartir simbólicamente el sufrimiento que, según la fe cristiana, Jesús vivió hace más de 2.000 años. “Es algo religioso, una forma de pagar los pecados, purificar el alma y empezar de nuevo”, dice. Para él, este acto de fe se traduce en una profunda paz interior.
A la procesión también se suman las verónicas, mujeres vestidas con túnicas moradas que evocan a la mujer que, según la tradición católica, limpió el rostro de Jesús camino al Calvario. Ellas también cargan cruces e imágenes, como una expresión de fe y compromiso espiritual.
KG