La caída del régimen de Bashar al-Assad, tras 53 años de hegemonía de la familia Al-Assad en Siria, es uno de los eventos más impactantes de 2024. En tan solo diez días, una ofensiva rebelde logró desmoronar un régimen respaldado por potencias como Rusia e Irán, dejando al país dividido entre fuerzas neoyihadistas, kurdas y otros actores locales e internacionales. Este giro no solo transforma el panorama interno sirio, sino que redefine equilibrios en Oriente Medio y en la geopolítica global.
El régimen de Bashar al-Assad, conocido por su brutalidad, incluyendo el uso de armas químicas contra civiles, parecía consolidado tras años de apoyo militar y financiero de Rusia, Irán y Hezbolá. Sin embargo, la ofensiva liderada por HTS (Hay’at Tahrir al-Sham) y la rápida deserción de las fuerzas leales a Al-Assad expusieron la debilidad estructural de un sistema mantenido más por influencias externas que por un control real del territorio. La retirada rusa, distraída por la guerra en Ucrania, y la incapacidad de Irán para movilizar recursos decisivos sellaron el destino del régimen.
El ascenso de HTS, con raíces en grupos yihadistas como Al-Qaeda, genera una mezcla de incertidumbre y preocupación. Aunque este grupo ha moderado su discurso hacia un enfoque más nacionalista, sus bases ideológicas islamistas siguen siendo un punto de alarma para la estabilidad regional. En paralelo, los kurdos, apoyados por Estados Unidos, mantienen un control significativo en el noreste del país, mientras Turquía parece maniobrar para consolidar su influencia a través de aliados locales.
La caída de Al-Assad representa un duro golpe para Rusia e Irán. Para Moscú, significa la pérdida de un aliado clave en su proyección de poder en el Mediterráneo y Oriente Medio. Para Teherán, es un revés en su estrategia de apoyo a Hezbolá y control sobre el Líbano. Por el contrario, Israel emerge como un beneficiario indirecto al ver cómo se desmantelan rutas clave para el suministro iraní a Hezbolá.
A pesar de la euforia inicial tras la caída de la dictadura, el futuro de Siria es incierto. El riesgo de un nuevo gobierno autoritario bajo HTS, sumado a las tensiones entre kurdos, turcos y otros grupos, augura más conflictos. Además, la fragmentación del país podría convertirse en un terreno fértil para la proliferación de violencia y radicalismo.
La caída del régimen de Al-Assad es un hito en la historia reciente de Oriente Medio, pero también un recordatorio de que derrocar una dictadura no garantiza estabilidad ni progreso. La comunidad internacional debe actuar con cautela y compromiso, apoyando soluciones políticas inclusivas y evitando que Siria se convierta nuevamente en un polvorín. La historia no ha terminado, y los próximos capítulos definirán si esta caída es el inicio de una nueva Siria o la continuación de su tragedia.
Fuente: CRM
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