Luis Gallegos: El cambio como necesidad vital

El filósofo griego Heráclito definió magníficamente que el cambio es la constante en la vida y no el inmovilismo. Lo ejemplificó con el agua que pasa por los pies de un hombre parado en un riachuelo, nunca es la misma. Es así que cada instante de nuestras vidas es diferente e irrecuperable.

El inmovilismo lleva a la necesidad de cambio, muchas veces por procesos pensados y analizados y otros por irrupciones violentas y confrontaciones violentas.

El tiempo que vivimos es de un cambio permanente que lamentablemente no apreciamos en su importancia vital. El ser humano tiene la gran capacidad de adaptación y la resiliencia necesaria para sobrepasar las adversidades que confrontamos en nuestra breve estancia en este planeta. Desde que llegamos al mundo hasta nuestras muertes habremos vivido en un continuo cambio, quizás por ello somos capaces de superar los escollos, asumir las adversidades y confrontar el futuro con persistencia, inteligencia y pasión.

Para quienes venimos del sur global es inclusive mayor el mérito de adaptarse y superar las realidades que nos impone el subdesarrollo, con su mezcla perversa de incapacidades que impiden superar

la pobreza, inequidad social, pésima educación, inexistente salud pública y, sobre todo, ese sentimiento de impotencia de cambiar el rumbo de las naciones por las estructuras impuestas por los grupos de interés, sean de cualquier ideología.

Estancados, miramos como otras naciones superan los escollos y miran con seguridad su futuro, mientras nosotros tenemos un sentimiento de incertidumbre y desconfianza del futuro.

No andemos culpando a nadie, nosotros somos los responsables de esa realidad, los de ayer y los de ahora, al haber creado y perpetuado un sistema contradictorio, corrupto y dominado por intereses seculares y no nacionales.

Hoy, el mundo asiste a la confrontación de dos sistemas de gobernanza: la ideología liberal clásica en la cual se limita al Estado y predominan las fuerzas del mercado y, la opuesta, que es un Estado centralizado que procura la concentración de las funciones de todo orden. Esa lucha dialéctica nos acompaña desde hace décadas y hoy se agravará por la rivalidad geopolítica imperante entre Estados Unidos y China, los mayores ejemplos de los dos sistemas.

El presidente electo de los Estados Unidos, Donald Trump, ha designado a Elon Musk y a Vivek Ramaswamy para dirigir el “Departamento de Eficiencia Gubernamental”, una entelequia seudooficial, que traerá una perspectiva radical de cambio desde el sector privado tecnocrático para reducir al Estado.

Musk acaba de aseverar que cortará dos billones del presupuesto federal y Ramswamy propone despedir a 75 por ciento de los empleados federales, para lo cual escogería a los que tienen números impares en su identificación de seguridad social.

Hoy se considera que los que buscan cambiar el status quo son “disruptores”, cuando antes se los conocía como revolucionarios. Habría que recordar que ha habido muchos en el pasar de la historia. (O)

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