El Día de los Muertos en Quito es más que una simple tradición; es un acto profundo de memoria y amor hacia quienes ya no están. Desde el 1 de noviembre, las familias quiteñas comienzan a llegar a los cementerios con baldes de pintura, brochas, escobas y flores. Limpian y decoran las tumbas de sus seres queridos, dándoles un toque de vida y color en honor a quienes ya partieron.
Al amanecer del 2 de noviembre, las familias se reúnen en los cementerios de la ciudad para compartir con sus difuntos. En el antiguo cementerio de Calderón, uno de los más emblemáticos de Quito, se respira un aire solemne, pero también festivo. Las tumbas decoradas con guirnaldas y flores frescas reflejan la devoción de los quiteños por honrar a sus ancestros o familiares fallecidos.
Allí, en medio del silencio y el murmullo de oraciones, se puede ver cómo las familias extienden manteles y preparan un banquete especial, cargado de símbolos y sabores.
La colada morada y las guaguas de pan representan a los seres queridos, ocupan un lugar central en la celebración. Además, se pueden encontrar otros platos como chochos, mote, fritada y otros alimentos que, en vida, gustaban a los fallecidos. “Es nuestra forma de recordarlos, de hacerlos presentes, aunque ya no estén físicamente”, comenta una mujer que coloca con cuidado un plato de comida sobre la lápida de su hermano.
Afuera del cementerio, el bullicio de los vendedores completa el ambiente. En los mercados de Calderón, cerca del cementerio, se pueden comprar flores, coronas y arreglos que los visitantes llevan como ofrenda. También abundan los puestos de comida, donde los olores de fritada y colada morada invitan a los asistentes a detenerse y compartir un bocado. Los visitantes, de todas las edades, desde niños hasta ancianos, se detienen a degustar y disfrutar en familia, haciendo de este día un reencuentro de generaciones.
En esta fecha, Quito revive una de las tradiciones más significativas y profundas de su cultura, recordando que el Día de los Muertos no es solo una despedida, sino una promesa de no olvidar nunca a quienes partieron.
Fuente: La Hora.