Cada año, al llegar octubre, las calles y tiendas se llenan de imágenes de brujas con sombreros puntiagudos, escobas y calderos. Esta imagen de bruja, tan reconocible en la cultura popular, está profundamente arraigada en los imaginarios colectivos de muchas culturas, pero es especialmente relevante en Estados Unidos y Europa. Detrás de estos elementos aparentemente decorativos hay una historia de siglos, en la que el miedo, la religión y las leyendas jugaron papeles clave en la construcción de este arquetipo.
¿Cómo fue que estas herramientas domésticas y símbolos tan cotidianos se convirtieron en emblemas de la brujería? La respuesta tiene sus raíces en la Europa medieval y en el contexto histórico de los juicios de brujas, especialmente durante el Renacimiento y los siglos posteriores, cuando la persecución religiosa y los prejuicios sociales llevaron a la creación de este ícono cultural. Es así como, a lo largo de los años, los calderos, escobas y sombreros de punta se convirtieron en símbolos de misticismo y superstición.
Comprender cómo estos objetos comunes se entrelazaron con el estereotipo de la bruja revela mucho sobre las sociedades que los crearon. Lo que hoy puede parecer un disfraz de Halloween inocente, fue en algún momento un conjunto de símbolos de temor y sospecha, usado para estigmatizar y controlar a ciertas personas, especialmente a mujeres independientes.
En esta nota, exploraremos cómo cada uno de estos elementos se fue vinculando al imaginario colectivo de la brujería y la transformación de su significado a lo largo del tiempo.
El caldero: de herramienta de cocina a símbolo místico
El caldero es, probablemente, el objeto más icónico de la bruja. En tiempos medievales y hasta el Renacimiento, este era un elemento esencial en todos los hogares. Colgado sobre el fuego, el caldero era utilizado en la preparación de alimentos y remedios caseros. Sin embargo, su papel en la vida cotidiana era precisamente lo que le dio esa connotación mágica y hasta temida, especialmente cuando se relacionaba con mujeres. Historiadores como Haley Bowen han destacado que, al igual que la brujería misma, el caldero encarnaba temores profundos sobre la sexualidad, la maternidad y el poder doméstico de las mujeres, en un contexto en el que estos temas se veían con recelo.
Uno de los primeros registros de calderos asociados a brujas proviene del tratado ilustrado De Lamiis et Phitonicis Mulieribus (1489) de Ulrich Molitor, una obra que pretendía cuestionar las creencias populares sobre las brujas, aunque terminó contribuyendo a la creación de la iconografía que hoy asociamos con ellas. Este libro incluía imágenes de mujeres alrededor de un caldero, y su publicación masiva en los años siguientes ayudó a afianzar la idea de que las brujas realizaban pociones y hechizos en estos recipientes.
Además, el caldero ganó aún más notoriedad en la cultura popular gracias a la obra Macbeth de William Shakespeare. La famosa escena en la que las tres brujas conjuran su hechizo en un caldero burbujeante en la niebla es una de las más conocidas y ha sido citada y reinterpretada por artistas durante siglos. A partir de ese momento, el caldero pasó a ser sinónimo del arte oscuro y la brujería.
Escobas: herramientas de limpieza y… ¿de vuelo?
El uso de la escoba como símbolo de la bruja que vuela es en realidad un malentendido que fue popularizado y distorsionado con el tiempo. En la vida cotidiana medieval, la escoba era una herramienta utilizada, sobre todo por mujeres, para limpiar los hogares. Su conexión con la brujería podría haberse iniciado por esta exclusividad de género, al ser un objeto simbólicamente ligado a las labores domésticas femeninas.
Algunos registros históricos también señalan que, en ciertos rituales, las brujas usaban las escobas para “limpiar” las malas energías antes de realizar sus hechizos. Además, se sabe que en la Edad Media, las mujeres que practicaban rituales con plantas usaban ungüentos alucinógenos para alcanzar estados alterados de conciencia. En este contexto, se difundió la leyenda de que las brujas aplicaban estas sustancias en sus escobas y “volaban” al colocarlas entre sus piernas, lo que en realidad provocaba una sensación de levitación. Esta idea fue adoptada por escritores y artistas, quienes contribuyeron a asentar la imagen de las brujas volando en sus escobas, hasta hacerla un elemento esencial de este arquetipo.
Por otro lado, la escoba también era utilizada en ciertos rituales simbólicos, como el de “saltar la escoba” en ceremonias matrimoniales o de unión espiritual. Este acto representaba un balance de energías femeninas y masculinas, lo cual añade una dimensión simbólica a este elemento tan emblemático de la bruja.
El sombrero puntiagudo: ¿un símbolo de persecución religiosa?
Quizás el elemento más intrigante del vestuario de la bruja sea el sombrero puntiagudo. Existen diversas teorías sobre cómo este accesorio se integró en la imagen de la bruja. Una de las hipótesis más estudiadas lo relaciona con los cuáqueros del siglo XVII, una comunidad religiosa cuyos valores y prácticas los hacían vulnerables a la persecución. La mayoría de las mujeres cuáqueras vestían sombreros altos y puntiagudos, lo cual fue percibido como un símbolo de diferencia y, para algunos, incluso de subversión.
Otra posible raíz del sombrero puntiagudo proviene del Judenhut, un tipo de gorro que debían usar obligatoriamente los hombres judíos en la Europa medieval. La demonización de la brujería, que muchas veces utilizaba estereotipos antisemitas, pudo haber contribuido a que se asociara este sombrero con las brujas. De esta forma, lo que en su momento fue un símbolo religioso o social, pasó a convertirse en un ícono visual de la bruja, visto como un símbolo de misterio y amenaza.
Aunque en sus orígenes estos elementos —el caldero, la escoba y el sombrero puntiagudo— estaban ligados al temor y la superstición, en la actualidad muchos de estos símbolos se han resignificado. Hoy en día, tanto en el paganismo moderno como en prácticas espirituales de la Wicca, el caldero y la escoba son utilizados en rituales, pero ya no cargan con el estigma negativo que tuvieron en el pasado. Para quienes practican brujería moderna, estos objetos representan la conexión con sus antepasados y con la naturaleza.
El sombrero puntiagudo, aunque menos común en la práctica ritual, ha sido reivindicado como un símbolo de identidad y rebeldía en diversas culturas y subculturas contemporáneas. Con el paso de los años, la bruja, que alguna vez fue vista como una figura de peligro, ha llegado a simbolizar independencia y resistencia para quienes cuestionan las normas sociales.
Esta fascinación por la bruja y sus símbolos sigue viva, y cada año, el imaginario de Halloween es una prueba de cómo la cultura popular ha mantenido y transformado esta figura. En cada caldero burbujeante, en cada escoba voladora y en cada sombrero puntiagudo, resuena la historia de un arquetipo que ha trascendido siglos de persecución para convertirse en un símbolo de misterio, magia y poder femenino.
Fuente: Infobae