El Barcelona ha perdido electricidad pero no instinto. Le falta una punta de energía pero la suple con la insistencia. La garra que les exige Hansi Flick a sus futbolistas permanece inalterable y gracias a ella, y a que el Young Boys fue más un amigo que un rival (mucho menos un contrincante), aparcó la frustración de Mónaco y olvidó la decepción de Pamplona. Le metió un indiscutible 5-0 a medio gas, dando la sensación de que pudieron, y debieron, ser más los goles.
Una manita que recordó a la lograda frente al Amberes la pasada temporada en este mismo escenario, donde el equipo azulgrana permanecerá al menos hasta finales del mes de enero (anunció el lunes la directiva de Joan Laporta), para jugar aún seis o siete partidos más. De los que quedan por delante habrá que ver, lo que se antoja difícil, si aparece algún equipo tan limitado como lo fue el Young Boys, muy probablemente el más débil al que se ha enfrentado el Barça durante su exilio en la montaña olímpica.
Aquí la cosa parece que va de goles. No existiendo el goal average individual con un equipo porque no hay partidos de ida y vuelta ni grupos, los goles marcados pueden acabar siendo trascendentales en la clasificación. Y así se entiende la euforia del Brest que marcó cuatro en Austria, el aplastamiento con el que castigó el Borussia Dortmund al Celtic o el paseo del Manchester City por Bratislava.
Y el Barça necesitaba reencontrarse con esta suerte del fútbol, después de sus atropellos a Valladolid o Villarreal, insinuaba la necesidad de ver otra vez puerta. Lo hizo… Por más que ahora se echa de menos la fluidez de semanas anteriores. Será la ausencia de Dani Olmo o será la dureza del calendario, pero al equipo de Flick le faltan piernas y frescura…
Claro que enfrentarse a un equipo como el Young Boys es poco menos que un regalo. Su primer remate a puerta, al travesaño, llegó en el minuto 67, cuando ya perdía por 4-0. Todo después de una primera mitad que acabó con 3-0 y la confirmación de que si en ataque el equipo suizo era casi invisible en defensa era poco menos que una verbena.
Lewandowski, Raphinha e Íñigo Martínez marcaron los tres goles señalando la pasividad de los zagueros rivales. Sin apretar el acelerador en su juego y sin mostrar esa ferocidad que se vio en las primeras semanas de la temporada, por más que Flick, desde la banda, pareció insistir a sus jugadores de la conveniencia de acelerar más de lo que lo hicieron.
El 5-0 confirmó sin más la poca resistencia del Young Boys: un centro raso sin aparente peligro de Balde, muy cerrado, flojo y sin apenas intención, lo rozó fatalmente hacia su propia portería Mohamed Camara. Hacia la red sin que Marvin Keller pudiera evitarlo…
El campeón de Liga de Suiza, una sombra sin pies ni cabeza, pasó en silencio por Montjuïc y le facilitó al Barça que recuperase la sonrisa. Ahora falta por ver si a la sonrisa le acompaña intensidad y recuperación en su juego, que no fue precisamente el mejor de la temporada.