Hace ya un par de meses, cuando Taylor Swift puso Madrid patas arriba, fueron los más lúcidos los que señalaron que parte del éxito de la billonaria cantante americana pasaba por el concepto de la explotación del «lore» (en español, el saber, la tradición oral y escrita alrededor de un concepto). Es decir, que el talento y la poesía transversales a toda la primera línea de artistas de talla mundial llega hasta un punto y es ahí donde la mitología se hace billete: una canción sobre un ex cobra mayor relevancia (o impacto, si lo quieren medir en números) si sabemos quién es ese ex y, sobre todo, si podemos ir a afearle el verano en su cuenta de Instagram hasta que se vea obligado a cerrarla.
Por eso mismo, y desde que Swift llena estadios de gente y pulmones de humo con su avión privado, la música global se ha volcado hacia dos tendencias: la falta absoluta de «lore», con artistas preocupadas por la artesanía del temazo y vidas privadas anodinas o, no quiera Dios, explícitamente políticas (pensamos en el verano popero de Charli XCX o Dua Lipa); y, por otro lado, la ultra-exposición al mismo, comandada en la música en español por la colombiana que este sábado toma el Santiago Bernabéu durante cuatro noches seguidas: Karol G. Tras una de las rupturas públicas más feas que se recuerdan en el panorama latino, con cruce de publicaciones y declaraciones entre la cantante de Medellín y el infame Anuel AA a mediados de 2021, Karol G se encerró en el estudio y para la primavera de 2022 presentó «Provenza», primer adelanto de lo que sería su nueva era y un cambio en su música que, si bien no era radical, sí se alejaba de la sobre-producción que hasta entonces había marcado temas como «Bichota» o «Location». Había nacido una nueva cantante, mucho más libre ¿y también mucho más feminista?
Razón Digital 25