Aunque la presencia de las mujeres en los procesos electorales es obligatoria, su rol aún es secundario, pues alcanzar una dignidad como la Presidencia de la República sigue siendo un proceso en ciernes.

Las reformas al Código de la Democracia, vigentes desde el 2020, incluyeron una disposición para que en las elecciones —desde el 2021, 2023, 2025 y desde ahí hasta la posteridad— se incluya, de a poco, el 15 %, 30 % y 50 % de mujeres encabezando listas. Y para estos comicios generales del 9 de febrero de 2025 los binomios presidenciales se conforman con un hombre y mujer o viceversa.

Los colectivos de mujeres e incluso la presidenta del Consejo, Diana Atamaint Wamputsar, han celebrado desde el 2021 el reconocimiento de la paridad y horizontalidad en la conformación de las listas de candidatos.

Lo curioso es que, en la actualidad, de las 16 listas para las presidenciales de febrero del 2025, solo dos mujeres están de candidatas a la Presidencia de la República. Luisa González Alcívar, de la Revolución Ciudadana (RC), lista 5, y Andrea González Nader, del Partido Sociedad Patriótica (PSP), lista 3.

Las catorce listas restantes tienen a hombres como postulantes presidenciales y a las mujeres a la Vicepresidencia.

Para ejemplificar: en las elecciones anticipadas de 2023, en las listas pluripersonales para la Asamblea Nacional se demostró que los hombres encabezaron el 66,7 % para asambleístas nacionales y el 55,7% para provinciales. En general, el 58 % de las nóminas tuvo hombres a la cabeza.

¿Qué ocurrió? Una excepción reglamentaria para promover las alianzas electorales que permite que, si una agrupación presenta listas para diversas dignidades, puede tener menos mujeres en el primer casillero.

“En la práctica, estas excepciones formales terminan mermando el espíritu de la obligatoriedad de la paridad plena, a las que se suman prácticas y prejuicios sexistas dentro de las estructuras partidarias que limitan la participación de las mujeres como candidatas”, señaló la Misión.

Machismo, desconfianzas y miedos…

Desde el retorno a la democracia (1979), la primera mujer vicepresidenta del Ecuador fue Rosalía Arteaga Serrano, que llegó a ser la primera presidenta en 1997, en medio de una crisis constitucional por la destitución de Abdalá Bucaram Ortiz.

QUITO. El cuadro de la expresidenta Rosalía Arteaga Serrano fue colocado junto a los de Abdalá Bucaram Ortiz y Fabián Alarcón.

Ella estuvo en la Presidencia por seis días hasta que el Congreso Nacional decidió alternar la sucesión presidencial y nombrar un presidente interino, Fabián Alarcón.

“Mientras más derechos conquistamos, como en el terreno político, el machismo y la misoginia (odio a las mujeres) sigue siendo alto. Hay mayor discriminación, violencia política de las mismas compañeras mujeres que participan, o simplemente se inventan cualquier modo para que no estén encabezando listas”, cuenta Cecilia Velasque, activa dirigente indígena y exsubcoordinadora nacional del movimiento político Pachakutik (PK).

En su experiencia, vio que pese a la obligatoriedad se buscan mecanismos para evitarlo, como en las alianzas, que permiten que haya más hombres en las listas provinciales y se diluye la “conquista del 50 %, lo que se llama machismo, violencia política y misoginia”, recalca.

La dirigente de Cotopaxi lo atribuye a que el machismo promueve la “desconfianza” en las mujeres de que no pueden asumir esta responsabilidad o el pensamiento de “¿Por qué tienen que estar ellas y no yo?”.

En el fondo, “es una lucha de poder; no es de otra. A pesar de que en el movimiento indígena decimos que esto es complementario, se queda en el discurso, porque en la vida real y en las leyes se deben cumplir requisitos y ahí se busca cualquier manera de evitarlo. Hecha la ley, hecha la trampa”.

No solo es eso, también hay miedo. “Las mujeres no nos arriesgamos a asumir estos retos por la violencia política y agravios que recibimos cuando estamos participando en un proceso electoral. Nos da recelo, resistencia a que, por decir una palabra, nos ‘desnuden moralmente’: nos inventan cosas, se burlan del aspecto o la forma de vestir, y además están las redes sociales, que lo que hacen es denigrar a las personas, con énfasis en las mujeres”, lamenta Velasque.

Son varios los factores que vedan la presencia de la mujer para altos cargos, como la Presidencia de la República, no solo sociales, estructurales y económicos, sino también de los partidos y movimientos que son presididos por hombres y caracterizados por los cacicazgos.

María José Troya, directiva del movimiento Mujeres por la Democracia, recuerda que este reconocimiento legal se sembró desde los años 90 con la denominada “ley de cuotas”, la cual, si bien ha sido un salto para cumplir con un porcentaje de mujeres al frente de las listas, no hay calidad en la participación.

A su criterio, la debilidad está en los partidos que no capacitan a la militancia, a lo que se suma que la autoridad electoral no hace un seguimiento activo a cómo se fomentan estas prácticas.

“Cuantas más mujeres, no solo en números sino en calidad, participemos, pronto tendremos a una candidata como presidenta electa. El problema es que en los partidos no hay nada más que una intención de cumplir la ley; no hay una intención de formar cuadros. Y esto es un proceso de construcción, de que las organizaciones funcionen como tales y no solo se activen cuando va a haber elecciones, sino que tengan una militancia con representatividad en todos los cantones, con centros de capacitación académica, que trabajen con universidades y que lo hagan en serio, porque solo así vamos a mejorar la calidad de nuestros gobernantes”, comenta Troya.

Esto no se trata de que sean famosas y conocidas para que el electorado vote por ellas, sino que tengan un trabajo de formación y presencia en los territorios.

Esa ausencia es “deficiencia del sistema partidista, porque son quienes nos representan. Generalmente, hay una selección muy superficial de los candidatos, tanto de hombres como de mujeres. A veces son razones de popularidad, de conocimiento, funcionamiento en redes, pero no hay un trabajo constante. Todo es improvisado”, refiere la activista.

A la sombra de los líderes

En la última década, en el seno de la Asamblea Nacional cuatro mujeres han destacado en ser presidentas, pero de ahí no saltaron al terreno para la Presidencia de la República.

Antes, Alianza PAIS y ahora Revolución Ciudadana, por tener el mayor número de asambleístas, tuvo a Gabriela Rivadeneira y ahora a Viviana Veloz como presidentas, quienes giran alrededor de su líder Rafael Correa.

Aunque él no está en Ecuador, sino en Bélgica, en donde vive, ningún hombre opaca su liderazgo, y con su venia Luisa González es la candidata presidencial de los últimos dos procesos electorales del 2023 y hacia el 2025.

También presidió el Parlamento Elizabeth Cabezas Guerrero, tras la destitución de José Serrano Salgado, en el 2017.

Guadalupe Llori Abarca (2021), por Pachakutik, fue la primera mujer, representante de la Amazonía, que presidió esta función y fue removida por incumplimiento de funciones.

Las dificultades para que las mujeres aspiren a gobernar un país no solo dependen de los partidos, sino también de que las mujeres “no nos apoyamos entre nosotras”.

El que las mujeres estén en un rol secundario de candidatas vicepresidenciales no radica en que no son cuadros propios de las organizaciones políticas o visibles, y “no quiere decir que no tengan capacidades de administrar al país o de proponer proyectos; es que cuando es una mujer le buscan los peros, y si encima (…) no hay acuerdos o negociaciones que estén a la altura de lo que exigen o no están en satisfacción de sus demandas, se agarran de alguna forma a que renuncien o se vayan. La política es de diálogo, de consenso, pero en la mayoría exigen más beneficios personales que de país. Es ahí que los deseos de hacer una administración pública transparente no siempre ayudan”, cuenta Velasque.

El movimiento Pachakutik postuló a Leonidas Iza Salazar a la Presidencia. Él es también presidente de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie) y, aunque estará concentrado en este proceso electoral, no dejará el movimiento indígena.

Su periodo como titular de la Conaie culminó, pero su consejo de gobierno había resuelto que Iza se mantenga prorrogado y se descartó que su compañera, Zenaida Yasacama, vicepresidenta de la organización social, lo reemplace.

Leonidas Iza junto a Zenaida Yasacama, presidente y vicepresidenta de la Conaie. Foto: Sugey Hajjar

Daniela Pullas Moreno, directora ejecutiva del Centro Ecuatoriano para la Promoción y Acción de la Mujer (Cepam), resalta que ahora la ley se cumpla y que en los binomios estén mujeres participando.

Empero, hay problemas de fondo. “Las oportunidades para visibilizar a la mujer en este campo son muy efímeras. En el momento de elegir, uno se encuentra que una persona es conocida en el medio artístico o periodístico, que no se ha perfilado para un cargo político. También está de moda poner a las herederas de los grandes imperios, que vienen de familias bastante acomodadas y muy pocas veces las hemos visto en lo público. Entonces, va más allá de cumplir una ley. El hecho es que ningún partido ha tenido el interés, ni siquiera los hombres ni mujeres, de autoformarse para participar de una forma evidente y digna de que su perfil es el que estamos buscando”.

La responsabilidad puede ser de los grupos políticos que se niegan a construir perfiles y, aunque puede mejorar la participación de las mujeres, el sistema no ayuda, porque esto es “históricamente de hombres, aunque haya mejorado”.

Ilustra que a los candidatos hombres no se les exige una preparación; al contrario, se mira que tengan dinero, que hayan ejercido algún cargo y, si es una persona atractiva, mucho mejor.

“No le piden un historial de su carrera. A las mujeres nos cuesta más; tenemos que mejorar las condiciones, ni siquiera igualarlas, sino mejorar. Tienes que ser notablemente más inteligente para que puedas estar en un cargo de presidenta”, añade.

Hay posibilidad de cambiar este escenario, sí: empoderando a las mujeres para ocupar un cargo público, previniendo de la violencia política, que no tengan miedo, porque también lo hay, y además porque el servicio público tiene una arista más compleja, que no es solo creer qué puedo hacer, sino que tengo que servir y no servirme.

“El CNE debe garantizar que las mujeres participen y no solo en época de elecciones, y los partidos y movimientos no solo tienen la obligación de postular a hombres y perfilarlos, sino también de generar las mismas oportunidades para las mujeres. El problema es que los dirigentes tampoco están interesados en que alguien del género lidere o les lidere como tal. Eso es hablar más fino; es hablar del machismo”, dijo. (I)