A nuestro país, el narcotráfico lo viene atormentando desde hace décadas.
Nuestra “Isla de Paz” ya no existe para la gran mayoría, que a diario siente el uso del terror y la fuerza, cada vez más cerca. Hoy, vivimos las consecuencias de un problema internacional al que, lamentablemente, sucesivos gobiernos y la sociedad ecuatoriana no han tenido la decisión y la capacidad de confrontar integralmente y con eficiencia.
Esa falta de visión y voluntad política hace que hoy nuestras plazas, calles y hogares se inunden de sangre. La droga, como en todos los casos a nivel mundial, ha contaminado a todos los estamentos de la sociedad.
Me pareció hasta irónico que el presidente de Colombia asevere que la situación de seguridad está peor en Ecuador, sin mirarse al espejo de su país, que es el mayor proveedor de cocaína del mundo.
Durante más de cuarenta años el Ecuador ha puesto sudor y sangre en las fronteras norte, sur y en nuestro mar, en lo que ha sido un ejercicio de contención del tsunami de las drogas, haciendo el trabajo que les correspondía a los países consumidores y productores.
Millones de estadounidenses y europeos hoy consumen cocaína, no solo porque sus Estados los han fallado, sino que les ha sido imposible ganarle al crimen organizado. En eso coincidimos todos. No se puede seguir haciendo lo mismo como tontos útiles; es necesario diseñar estrategias de impacto que consoliden a la nación y a las naciones afectadas. Basta de improvisaciones, basta del esquive político y del juego de avestruz.
El mercado se amplió con la pandemia y se duplicó la producción para cubrir la demanda, así de sencillo. Eso representa cientos de miles de millones de dólares que no regresan al Alto Putumayo o a los valles del Huallaga, pero que están en la banca del primer mundo.
Allí hay una guerra que ganar para eliminar la demanda y aquí caería la producción. Pero no es fácil por la urdiembre internacional de intereses que tiene atadas a las naciones vinculadas con el comercio de las drogas.
No es una guerra del Ecuador solo, es una guerra que involucra a todos estos millones de consumidores, productores, traficantes, financistas y todos los que derivan ganancias del alcaloide.
Es hora de establecer la eliminación del narcotráfico como objetivo de defensa de la nación. Para tener éxito, debe imperar una doctrina de seguridad y desarrollo. Esto no se gana con pistolas, se gana con desarrollo sostenible, trabajo digno y con la vigencia de valores.
La maldita droga andina es el mayor contaminante de nuestra estructura democrática y nos está convirtiendo en un Estado servil, en vez de un país soberano y en pleno control de la nación.
La región Andina se ha convertido en un prostíbulo de drogas y delitos conexos, y necesitamos superar las diferencias parroquiales y coordinar esfuerzos internacionales. Necesitamos otras soluciones, estratégicamente pensadas, orgánicamente funcionales y alejadas de la improvisación y el sensacionalismo populachero. (O)